Estructuras modulares para la transformación del mundo. Lorena Espitia, Septiembre 11 de 2008




Para mí es paradójico producir aquí y ahora un grupo de cuadros inspirados en el constructivismo ruso, sabiendo que no provengo de un país comunista, que no he militado en la JUCO, que el marxismo me es ajeno, que no me gusta particularmente la abstracción, que la metafísica se me escapa, que me disgusta el arte con A mayúscula y que me crié entre los productos menos selectos del supermercado del mundo. Tengo pues una cultura que es puramente televisiva, de paquete de papas y tiras cómicas dominicales.
Sin embargo, veo cómo esas pinturas, dibujos e incluso propagandas hechas hace más de ochenta años siguen delatando una voluntad muy fuerte de transformar el mundo, de demoler las categorías sobre las que se asienta el arte y la percepción de lo que éste debe ser, inmiscuyéndose con prácticas distintas y niveles de lectura muy sutiles que hacen que un cartel promocional de pan o vodka sean ya un conjunto de ideas ricas y llenas de matices.
Por eso he retomado esas obras, poniendo lo mejor de allá y lo peor de acá para construir un cuerpo raro en el que las figuras espaciales de Lissitzky terminan siendo cajas de cartón o comentarios a algún juego de atari 2600, y los carteles de Rodchenko publicidades capitalistas echadas a pique por el Tercer Mundo. Porque quizás, menos allá de la utopía y la ruina, debemos ser capaces de poder revolver las cosas para que salgan a flote algunas historias nuevas en las que convivan esos dos mundos que, quiérase o no, hemos metido en la misma caja.

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